sábado, 17 de julio de 2010

PT


El guión resonaba en mi cabeza, frase a frase, iban saliendo, se superponían, iban cobrando fuerza, gritaban con ansía, necesitaban que yo las formulase, salir disparadas y al igual que un encantamiento mágico, romper la ilusión, que con el movimiento de mis labios, semejante al de unas tijeras que cortan la cuerda que sostiene el telón, y que marcaría el final de la función, sin embargo, no fui capaz.

No fui capaz de ser el personaje que hubiese querido, el que habría cambiado la historia, que habría actuado acorde a sus ideas y más que a ellas, a sus sentimientos, pero no fue eso lo que ocurrió, fui sensato ( en cierto grado cobarde), y me dispuse según el guión marcaba, no me atreví a modificar una sola coma de este y la función dio comienzo.

Cada palabra que de mi boca se escapaba, furtiva, rápida y directa, se clavaba en mi corazón, perforándolo, llegando hasta lo más íntimo de mi ser y como una daga candente, me dañaba, haciéndome sentir el escozor, el dolor, no solo de saber lo bien que estaba actuando, no solo el ver como mi público me creía, sentía lo que yo les decía, sino el saber el que con mi actuación lo único que conseguiría sería el atar a otro a esta “compañía” y solo yo sabía lo que eso significaba.

Pasado el momento de mi actuación, otros personajes me toman el relevo, me convierto en observador, salgo del escenario y entre las bambalinas tomo la cuerda que sostiene el telón sobre mi cabeza, es en este momento cuando mi tristeza se escapa de mí, se hace mujer, siento como se acerca por mi espalda, siento su gélido aliento, como extiende sus brazos para rodearme, su frío tacto hace que me estremezca, que todo mi cuerpo tiemble, y como respuesta instintiva me agarro firmemente a la cuerda del telón, voy sintiendo como con sus manos busca mis ojos, quiere impedirme el poder cerrarlos, me resigno, ella gana. Mientras tanto, en el escenario, los focos siguen encendidos, la música se sigue escuchando, no es necesario mirar para saberlo, la función continua..

Las lágrimas recorren mis mejillas, ella desde mis espaldas me las limpia, intenta calmar mis temblores, intenta que todas las emociones que esa obra estaba desatando en mí no me impidan perder la calma, soltar la cuerda y acabar con todo, ¡no!, su único fin era que no perdiese detalle de la espléndida actuación de mis compañeros.

Mis compañeros, ellos actores de un género nunca estudiado, componentes de compañías nunca formadas, creadores de sentimientos que nunca sintieron, ellos que vivían sin actuar y que actuovivían, que se movían entre las luces, que cumplían las expectativas de su público, que interpretaban los guiones que este mismo le dictaba, en voz bajita, diferente en cada lugar, en cada momento, ellos hijos complacientes de su padre público, ellos eran los actores que entregaban sus vidas, al “Puro Teatro”.

Una vez acabada la actuación, lo normal es que ell telón caiga, y la obra se acabe, los espectadores se levanten, el teatro se cierre y todo quede concluido, pero es ese mi caso, en mi compañía, los actores estamos atados al escenario, cada uno se lleva a casa un pedazo de él, y en cada esquina, en cada café, es un buen momento para colocarlo, subirnos y ser marionetas que danzan, días tras días y noche tras noche, acorde al capricho azaroso de un titiritera loco.

Y en medio de todo el panorama yo me pregunto “¿En qué se parecen un cuervo y un escritorio?”, tal vez en nada o incluso en todo, algunos hablarán de escritorios con forma de cuervos o de cuervos con forma de escritorio, pero sinceramente, qué más da, ¿Acaso existe alguna verdad dentro del "Puro Teatro" ?

La Lupe – Puro Teatro