miércoles, 20 de julio de 2011

“Una vez has conocido a uno.... los has conocido a todos”


Hoy mientras caminaba de vuelta a casa y digo caminar, por no decir que prácticamente corría, no debido a la prisa o por llegar tarde a una cita, si no impulsado por el enfado.... sí, digo enfado y lo defino como ese sentimiento que activa tu flujo sanguíneo hasta su nivel máximo, que te hace sentir una fuerte presión en cada parte de tu cuerpo,  que activa todos tus músculos y te empuja a seguir caminando con la cabeza bien alta, mirando al frente, con el temor de saber que si paras, lo más seguro es que toda tu fortaleza se derrumbe y acabes en un mar de lágrimas, es el temor a esto último lo que te impulsa a apretar los puños, contraer la mandíbula y seguir, sabiendo que en la seguridad de tu casa todo será distinto.
Al llegar al portal, he subido los escalones de dos en dos, deseando no encontrarme con nadie, no quería que el tener que hablar, o simplemente saludar a alguien, no quería que nada  me distrajese y  no solo  es que no quisiese, tampoco podía, ya bastante tenía con sentirme infravalorado, como para también perder el orgullo desmoronándome en el descansillo de la escalera. 
Mientras subo, voy tanteando los bolsillos, en busca de las llaves, al encontrarlas, rápidamente las paso, necesito encontrarla y pronto, las fuerzas me abandonan, no solo por no poder más, sino por el sentirme desbordado al saber que tras esa puerta, podré desnudarme sin temor a nada., la encuentro, doy una vuelta, click, doy otra vuelta, click, abro, entro, cierro, doy una vuelta, click, doy otra vuelta, click... cierro los ojos, y escucho en silencio como la primera lágrima, se desliza de forma valiente por mi mejilla, a la vez que apoyo mi espalda contra la puerta y empiezo a caer, hasta sentir el suelo, me inclino sobre mis rodillas, entierro allí mi cabeza.
Me obligo a respirar tranquilamente, la presión que estaba contenida en mi pecho, se ha liberado, ahora es un temblor que se expande por todo mi cuerpo, tengo frío, las lágrimas, me recorren las mejillas, llegan a mis labios, se deslizan por mi mentón y caen al suelo.
Mientras esto ocurre, yo solo hago preguntarme una y otra vez, “¿Por qué no me miro al despedirse? si sabía que era para siempre”

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