Desayunando, he pensando en el mal que la gran parte de los padres ( padres y madres) , han hecho a la sociedad del siglo XXI. Desde que somos pequeños, seamos niños o niñas, altos o bajas, delgadas o gorditos, nos vemos sometidos a escuchar constantemente en nuestra infancia, que existe un príncipe azul que salva a las princesas, se casan y son felices para siempre junto con un par de perdices, el como la gente se disfraza “un” día con grandes trajes blancos para ser feliz hasta que la muerte las separe ( entiéndase muerte en el más amplio abanico de significados: tenemos la muerte fiscal, la muerte eréctil, la muerte temporal, la muerte sexual...) y mi favorita, ya más de la adolescencia y la madurez, la “búsqueda” de las famosas medias naranjas. Todos estos pensamientos llenaban mi cabeza mientras que una esplendorosa mañana de Domingo se despertaba a mis pies y yo desayunaba tostadas y zumo; solo.
Fue en el momento de llevarme el vaso a los labios, el momento justo en el que el líquido ambarino acarició mis labios, mi lengua, cuando se despertó en mí ese dulce sabor, un sabor que me lleno la boca, lo retuve por unos segundos, saboreándolo, sintiendo como su dulzor saturaba mis papilas y una vez exprimida toda sensación, me lo tragué. Y en ese preciso instante pensé, “ ¿Con cuantas naranjas me he encontrado en la vida real? Muchas (pienso que es un término que no cuantifica, pero que da un significado bastante acertado) ¿ Cuántas me han proporcionado este sabor? Pocas.”
Lentamente dejo el vaso en la mesa, me dirijo al frigorífico, lo abro y allí está, lo cogí , una vez ya en la encimera, corté el cítrico y sin meditarlo ni por un solo instante me lo metí en la boca , apreté fuertemente los dientes en un único mordisco. Rápidamente el jugo dorado emprendió una marcha por toda mi boca, aniquilando todos los residuos de dulzor, sustituyéndolos por un sabor ácido, fuerte, amargo, que me obligó a cerrar los ojos, que se me saltasen las lágrimas, a contraer todas las facciones de mi cara en un desagradable gesto ( esto me iba sonando más, creo que se acercaba más a la realidad).
Decidí sacármelo, pero con las prisas me lo tragué, todo, sentí como recorría mi cuello estrangulándolo, como oprimía mi pecho mientras bajaba por él, como mi estómago se anudaba al recibirlo; esto era lo que yo conocía, lo había sentido no hacía mucho...
Antes de que los recuerdos volviesen a mi mente, cogí el vaso que estaba en la mesa y de un trago me lo bebí, el dulzor otra vez, pero no era el mismo, este fue diferente, como un dulzor distante, efímero, que no logró borrar totalmente el regusto amargo, serán iguales las personas, ¿ Cuántas parejas debes de conocer para olvidar a la que te hizo ser feliz? ¿ Va la felicidad en la calidad de la persona, al igual que el dulzor en la calidad de la naranja? ¿O solo el tiempo puede hacer que se disipen los sabores del pasado?
P.D. No se me ocurrirá el tomar zumo de limón para desayunar, fue en ese día cuando comprendí a las madres ( padres y madres), solo nos quieren ver sonreír, solo quieren ver que sus hijos ( hijos e hijas) son felices, de blanco, de azul, de naranja, sinceramente Gracias.
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